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¡Cuán grandes son sus señales, y cuán potentes sus prodigios! Su reino es un reino sempiterno, y su señorío perdura de generación en generación.

Yo, Nabucodonosor, estaba tranquilo en mi casa, y floreciente en mi palacio.

Tuve un sueño que me espantó, y las imaginaciones en mi lecho y las visiones de mi cabeza me turbaron.

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